martes, 17 de febrero de 2015

LOS DESIERTOS DE LA VIDA


Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15):

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

El desierto, en la vida de cualquier persona, es un camino necesario para llegar a la meta deseada. El desierto de la vida cristiana son los momentos difíciles por los que tenemos que pasar si queremos resucitar con Cristo.

Pueden ser dificultades físicas, enfermedad, dificultades psicológicas y espirituales, crisis interiores y tentaciones, problemas sociales,  dificultades económicas, etc.
Todos los santos y todas las grandes personas pasaron por desiertos interiores o exteriores, antes de llegar a ser lo que fueron.

Cristo, como leemos en el texto evangélico, tuvo que pasar por el desierto, y lo hizo empujado por el Espíritu. El desierto fue para Jesús un lugar de privaciones materiales y de tentaciones espirituales. El desierto probó y fortaleció a Jesús, preparándolo  para recorrer con éxito el largo camino que le quedaba antes de llegar al Calvario y al momento de la Resurrección.
También nosotros como Cristo hay que aceptar los momentos de desierto interior y exterior, si queremos resucitar con Cristo.

El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Fue un lugar de prueba y purificación, tentación y encuentro con Dios y con uno mismo. La estancia de Jesús en el desierto tuvo su lado tenebroso pero también su gloria y su luz.

Jesús vive allí su iluminación sobre la meta y los medios para anunciar el Reino de Dios.
Necesitamos pasar por la situación de desierto para reforzar nuestra experiencia de Dios. Jesús salió también reforzado del desierto.

Por otro lado la tentación está ahí, acecha a todo ser humano. Lo malo no es ser tentado, Jesús también lo fue, lo malo es caer en la tentación. Iniciamos la Cuaresma conscientes de que el mal y la tentación están cerca de nosotros. Está en nosotros el elegir consentir o vencer.
Sin embargo, siempre hay una llamada a dejarnos guiar por el Espíritu, a optar por Dios como compañero de camino.

La parte final del texto, es sobre la conversión que pide Jesús la cual debe empezar revisando el modo de vivir de cada uno y pensar que no es posible un cristianismo vivido “a medias”, se debe crear moldes nuevos. Se trata  de nosotros mismos. Reflexionemos sobre la facilidad con que pedimos el cambio de los demás. Retirarse al desierto es enfrentarse a solas con nosotros y  comenzar por la revisión de nuestro modo de ser, siendo siempre autocríticos.

El evangelio nos indica el camino que siguió Jesús antes de comenzar su actividad pública. El que estamos invitados a recorrer también, si nos dejamos “empujar” por el Espíritu. Jesús espera mucho de nosotros.

Sólo hay una manera de atravesar un desierto y es mantener la dirección que uno traía determinada al inicio. Lo importante entonces es saber resistir, es ser fiel al rumbo primero.
Nuestra vida tiene mucho de desierto: una relación de pareja, una vocación, una comunidad, un voluntariado o una carrera. Son experiencias que pueden tornarse monótonas, en las que uno cambiaría de dirección buscando la promesa transformadora. Pero sólo llega hasta el final quien sabe mirar al frente, quien se mantiene fiel, quien da valor a su compromiso en la alegría y la duda.

Vivimos unos tiempos de alejamiento de los verdaderos valores del evangelio. Necesitamos dar un vuelco a nuestra vida, a nuestra sociedad... experimentar la misma experiencia de desierto que hemos provocado en otros... (soledad, exclusión y abandono). Los momentos de desierto personal, social, político y económico producen cambios de búsqueda, de mirar hacia el interior, de descubrir nuestra pobreza y volver los ojos a Dios, a lo esencial, al Amor Primero. Es en la humildad y en el vaciarse de todo lo superfluo en donde queda espacio para la experiencia de lo definitivo, el amor, la verdad y la justicia.

Señor que en este domingo primero de cuaresma , dedicado especialmente al encuentro y la celebración contigo, descubra que me esperas, que respetas mi libertad y mis tiempos, porque siempre me quieres más allá incluso de lo pensable y de lo posible humanamente. Siempre y para siempre y desde siempre me amas.

Reflexionemos durante esta cuaresma este párrafo que nos habla del desierto de nuestro corazón:

<Hoy que sé que mi vida es un desierto, en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero, por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza en el desierto de mi corazón.
Para que nunca busque recompensa al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te busco y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra en el desierto de mi corazón>.


Silvana Cárdenas R.

0 comentarios:

Publicar un comentario